miércoles, 24 de octubre de 2012

Historia BDSM - Segunda parte


Tomba Della Fustigazione, con una imagen
de "spanking" en un contexto erótico
Viene de aquí

El Sadomasoquismo no ha existido siempre ..... mas bien, el término y su acepción actual no es tan antiguo como podemos pensar, aunque las prácticas han existido por miles de años.

De algún modo, la asociación del dolor físico con el placer (de darlo o de recibirlo) tiene algún elemento psicológico porque no podemos hablar de prácticas similares en culturas distantes y aisladas sin pensar en algún motivo más inherente a lo humano.

Johann Heinrich Meibom (1590-1655) en su "Tractus de usu flagrorum in re Medica" (tratado del uso del látigo en el tratamiento), 1639 dice que "Hay personas quienes son estimuladas sexualmente por golpes o palos, y llevados hasta el ardor de la lujuria por los golpes; el elemento que nos distingue como hombres, debe ser planteado como el encanto vigorizante del látigo"

En 1886, el sexólogo austriaco Richard von Krafft-Ebing (1840–1902) toma prestados los términos "sadismo" y "masoquismo" del marqués de Sade y de Leopold Von Sacher Masoch para describir un grupo de parafilias Parestésicas "de deseo sexual desviado" y las clasifica junto con la bestialidad y la homosexualidad. Fué él quien por primera vez utiliza los términos, aunque de modo bastante discutible, como veremos adelante.

Hasta ese momento, la asociación del dominante como varón y la sumisa como mujer es dado como un hecho, siendo el impulso masculino natural como sádico y el femenino como masoquista (algo que nada tiene que ver con Sade o Masoch, como luego veremos)

Aproximadamente por la misma época, el biólogo y psiquiatra Shoval Vail Clevenger sostenía la teoría de la sexualidad activa y pasiva. El decía que en la evolución había dos modos en que las bacterias podían intercambiar su material genético: comiendo otra bacteria o siendo comidas. Los bacteriófagos fueron considerados activos  los dominados pasivos. El impulso del hambre se derivaba de este impulso primordial  y se desarrolló posteriormente en impulsos sexuales.

James Kiernan comenzó a aplicar éstas teorías, etiquetando los impusos baceriófagos como masculinos y los pasivos como femeninos. Esto explicaba los roles sexuales, pero describía el sadomasoquismo como exageraciones del rol natural.

Una jalada, pues.

Havelock Ellis decía sue el dolor era una forma de simbolismo erótico sue estimulaba una deficiencia sexual del paciente, y que era normal haste cierto punt.  Las mujeres naturalmente sumisas obtendrían si placer sexual de ser dominadas y los hombres de dominar. Las mujeres como masoquistas innatas y predispuestas. El masoquismo masculino y el sadismo femenino eran una desviación, como la homosexualidad.

Bueno, este tema de los psicólogos me cansa.

Muchos años antes que la obra de Sade, hay una escena de flagelación "con todas las de la ley" en la literatura erótica.....se trata de nada menos que Fanny Hill quien introduce esta variación entre sus páginas:


Yo iba a buscar los instrumentos disciplinarios a un armario; eran varias varillas, cada una hecha con dos o tres ramitas de abedul atadas juntas; él las tomó, las tocó y las miró con mucho placer, mientras yo sentía un estremecedor presagio.
Luego, trajimos desde el extremo de la habitación un gran banco, vuelto más cómodo mediante un cojín blando con un forro de calicó; cuando todo estuvo listo, se quitó la chaqueta y el chaleco y, así qué me lo indicó, desabotoné sus calzones y levanté su camisa por encima de la cintura, asegurándola allí; cuando dirigí, lógicamente, mis ojos a contemplar el objeto principal en cuyo favor se estaban tomando estas disposiciones, parecía encogido dentro del cuerpo, mostrando apenas la punta sobre el matorral de rizos que vestía esas partes, como un abadejo asomando entre la hierba.
Inclinándome entonces para soltar sus ligas me ordenó que las usara para atarle a las patas del banco, un detalle no muy necesario, supuse, ya que él mismo lo prescribía, como el resto del ceremonial.
Lo llevé hasta el banco y, de acuerdo a mis instrucciones, fingí obligarlo a acostarse allí, cosa que hizo después de alguna resistencia formal. Quedó tendido cuan largo era, boca abajo, con un cojín debajo de la cara; mientras yacía mansamente, até sus manos y sus pies a las patas del banco; hecho esto y con la camisa subida por encima de la cintura, bajé sus calzones hasta las rodillas de modo que exhibía ampliamente su panorama posterior, en el que un par de nalgas gordas, suaves, blancas y bastante bien formadas se levantaban como cojines desde dos carnosos muslos y terminaban su separación uniéndose donde termina la espalda; presentaban un blanco que se hinchaba, por así decirlo, para recibir los azotes.
Tomando una de las varillas me coloqué encima de él y de acuerdo a sus órdenes le di diez latigazos sin tomar aliento, con muy buena voluntad y el máximo de ánimo y vigor físico que pude poner en ellos, para hacer que esos carnosos hemisferios se estremecieran; él mismo no pareció más preocupado o dolorido que una langosta ante la picadura de una pulga. Mientras tanto, yo contemplaba atentamente los efectos de los azotes que, a mí, por lo menos, me parecían muy crueles; cada golpe había rozado la superficie de esos blancos montes, enrojeciéndolos y golpeando con más fuerza en la zona más alejada de mí habían cortado en los hoyuelos unos cardenales lívidos de los que brotaba la sangre; de algunos de los cortes, tuvo que retirar trocitos de la varilla que habían quedado incrustados en la piel. La crudeza de mi trabajo no era asombrosa, considerando que las varillas eran verdes y yo había azotado con severidad mientras la superficie de la piel estaba tan tensa sobre la pulpa dura y firme que la llenaba que difícilmente podía ceder o cimbrear bajo los latigazos, los que, por lo tanto, tenían mayor efecto y herían la carne viva.
Yo me sentí tan conmovida ante ese patético espectáculo que me arrepentí profundamente de mi compromiso, y lo hubiese dado por terminado, pensando que ya había tenido bastante, si no me hubiera animado y rogado encarecidamente que prosiguiera; le di diez azotes más y luego, mientras descansaba, examiné el aumento de apariencias sangrientas. Finalmente, endurecida ante la visión por su resolución de sufrir, continué disciplinándolo con algunas pausas, hasta que observé que se enroscaba y retorcía de un modo que no tenía ninguna relación con el dolor sino con alguna sensación nueva y poderosa; curiosa por comprender su significado, en una de las pausas, me acerqué, mientras él seguía agitándose y restregando su vientre contra el cojín que había abajo y acariciando primero la parte sana y no golpeada de la nalga más próxima a mí e insinuando después mi mano debajo de sus caderas, sentí en qué posición estaban las cosas adelante, cosa que resultó sorprendente: su máquina, que por su aspecto yo había considerado impalpable, o por lo menos diminuta, había alcanzado ahora, en virtud de la agitación y el dolor de sus nalgas, no sólo una prodigiosa erección sino un tamaño que me asustó hasta a mí, un grosor inigualado, por cierto, cuya cabeza llenaba mi mano hasta colmarla. Y cuando quedó a la vista, a causa de sus agitaciones y retorcimientos, se hubiera dicho un solomillo de la ternera más blanca, gordo y corto para su anchura, igual que su dueño. Pero cuando sintió mi mano allí me rogó que continuara azotándolo con fuerza, porque si no no llegaría a culminar su placer.
Retomando entonces las varillas y el ejercicio, había consumido ya tres haces cuando, después de un aumento de las luchas y movimientos y uno o dos profundos suspiros vi que se quedaba inmóvil y silencioso y luego me rogaba que desistiera, cosa que hice instantáneamente, procediendo a desatarle; no pude menos qué asombrarme ante su pasiva fortaleza al ver la piel de sus nalgas heridas y destrozadas y antes tan blancas, suaves y pulidas; ahora tenían uno de sus lados convertido en una red de magulladuras, carne lívida, incisiones y coágulos, tanto que cuando se puso de pie apenas podía andar. En una palabra, estaba frágil como una rosa.
Luego, percibí claramente en el cojín los rastros de una efusión muy abundante; su holgazán miembro ya había vuelto a su viejo refugio, donde se había ocultado, como avergonzado de mostrar su cabeza que nada, aparentemente, podía estimular más que los golpes que se asestarán a sus vecinos del fondo, vecinos que se veían constantemente obligados a sufrir por causas de sus caprichos.


Después el susodicho le da a ella su ración de varazos, que ella no llega a disfrutar, pero que la ponen en un estado de calentura que sólo pudo ser apagado a manguerazos.

1748, ya existe el BDSM en una forma muy similar a lo que hoy conocemos, pero no hay ropa de cuero, no hay calabozos. La flagelación se da en cuartos iluminados, por prostitutas que se dejan puesto el camisón.

Sigo pronto, ya estoy llegando al punto.






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