martes, 18 de enero de 2011

Las aventuras de Don Juan Lapolla Tiesa de Louis Aragón








¡Vaya un extraño libro!
Se trata de un pequeñísimo ensayo que Louis Aragón debe haber escrito entre el 1930 y 1960. Según la leyenda, fue escrito como una respuesta a los sentimientos que la lectura de "Las once mil vergas" de Apollinaire le  causaron. Es un trabajo muy cómico y surrealista.


Toda la historia está hilada como una serie de paisajes flojamente encadenados entre sí, que ocurren a inconcebibles personajes en  un París surrealista y absurdo. 

Don Juan Lapolla Tiesa es un pene gigante, ayudante de abogado y de buen aspecto, quien por ser pobre no puede aspirar al amor de las bellas mujeres con las que le toca tratar. Y es que el pobre Lapolla sólo tiene una pequeña mantita remendada para cubrirse los huevos. 

La condesa es una hermosísima mujer, que bajo los expresivos ojos tiene un clítoris y una vagina con sedosos pelos a manera de bigote. Sus manos son los más apretados y limpios culos que uno pudiera encontrar, así que para una verga gigante no hay mayor placer que besarle las manos con delicadeza.

En las andanzas por París, nos topamos con el señor Cagarro, un personaje tan interesante como apestoso, con su sombrero de investigador de la policía y sus dos ojos hechos de moscas azules. En este París surrealista todo puede esperarse: el señor Pis toma café y platica junto a la avenida, donde caminan los bigotes, las nalgas pasean tomadas de las manos  y unos glandes representan a la sociedad católica bienpensante. En ésta sociedad onírica, el más santo es el que se masturba con un crucifijo o el que usa el rosario en el culo o el que inspira sus masturbaciones con las estampas de los santos. Como ejemplo, el abad se masturba en público con maestría, haciendo malabares y formas con su interesante verga que contiene toda una ciudad en su glande, y cuyas ladillas te pueden servir de guía de turistas.

Un día, en la entrada de un cine, Don Juan defiende a un par de piernas de un grosero transeúnte, a lo que ellas en agradecimiento responden enroscándose en su cuerpo, apretándolo y sobándolo. Cuando ellas avisan que "se corren", en realidad se les corren las medias.

Para Don Juan, la dificultad mayor consiste en que cuando va apretujado en el metro, cualquier roce lo excita tanto que tiene que eyacular sorpresivamente en la boca de alguna pasajera para que no le salgan los chorros de esperma por la cabeza.


La gran dificultad para Lapolla es disimular el chorro que sale de vez en cuando de su cabeza y no dejarlo caer sobre cualquiera. Cuando el joven se encuentra entre dos personas agradables, nada más sencillo.
Deja que una se la menee e, inclinando bruscamente su glande hacia la otra, eyacula rápidamente en la boca de esta última, aprovechando un acercamiento.


La condesa, ese amor platónico de Lapolla se hace su manicura como una gran dama de sociedad, mientras piensa en cosas de la vida:


De momento la encontramos bajo los cuidados del peluquero que le hace la permanente, mientras dos manicuras, ya que tiene prisa, se ocupan de sus manos. No es cosa de poca monta ocuparse de las, manos de la condesa. Para ello se requieren manicuras hombres que hacen relucir sus preciosas manos por un procedimiento que se impone: rítmicamente, ensartan los anos manuales de su cliente con sus cosas profesionalmente sacadas de sus braguetas. Son unos manicuras muy discretos. No miran a la señora que les abandona sus orificios laterales.
Vestidos de blanco de pies a cabeza lustran esos agujeros delicados y desiguales embistiendo justo lo necesario para lograr la transfixión sin ensancharlos. Permanecen como es debido con los brazos cruzados y no se permitirían rozar con un dedo a la persona que atienden.
Mirando al techo, suspiran con mucha contención cuando no pueden hacer otra cosa. Entonces, inclinándose, como hace el peluquero que ofrece una especialidad, murmuran: «Señora ¿desea un poco de esperma?». La condesa responde que sí con la cabeza, y los manicuras gozan, humedeciendo los ojetes de la condesa con arte, delicadeza y regularidad.
Mientras tanto el chico que la riza ha dado a los pelos de su cofio facial un aire a la vez aristocrático y provocativo. Ya está, la condesa está lista para el baile en el que esta noche deberá seducir a varias personalidades parisinas de la gran banca y de la diplomacia.
Se levanta, se da algún retoque. Apenas se pinta la cara. Gracias, prefiere maquillarse sola, en su casa.
Se pone de nuevo el sombrero, la chaqueta, recoge el anacrónico manguito que le da un encanto algo afectado. Paga en la caja. Deja caer una propina merecida en la mano del peluquero, en la mano del manicura de la izquierda, en la mano del manicura de la derecha... pero, ¿no me habré equivocado?, ha murmurado algo a este último: «Esta noche, a las dos...». No he podido oír más. ¡Afortunado manicura de la derecha! Ha sido distinguido por la Condesa de la Motte, no puede dar crédito a sus oídos, y durante todo el día, mientras acicale con su verga profesional los culos y los coños de sus clientas con una técnica impecable pero respetuosa, soñará con ese instante maravilloso en el que podrá salir de su papel, a veces difícil de mantener, y abandonarse a los transportes de su naturaleza. Se promete magrear terriblemente a la condesa, se promete chillar como un asno: «¿No podría tener más cuidado?», le dice bastante bruscamente su clienta actual, a la que le está dando los últimos toques en el coño que lleva en el pie izquierdo con tanto ardor que corría verdaderamente el peligro de deformarlo. «Perdóneme, pero la señora tiene aquí una ranura tan bonita...» «¡Ah no, amigo mío, deje las familiaridades! ¡Tengo muchísima prisa y todavía no ha follado mi culo frontal! »

Después, a mediación del relato, el autor pierde pié y se lanza de cabeza al surrealismo, así que al final, ya no podemos terminar de leer sin volvernos locos:

No comprenden cómo es posible que este vertebrado que hace sólo un instante escribía como la mosca sobre el espejo y el paraguas sobre la multitud se haya puesto a alborotar de una manera tan vejatoria que si continúa así llamarán a mamá. Mi risa maníaca echa a volar batiendo las alas. Pero no progresa en línea recta, ya que es un nuevo modelo de helicóptero fabricado según unos planos robados al ministerio de la guerra en una carpeta sobre la que se había escrito en letras de molde Defensa Nacional, inscripción que alguien poco gracioso, probablemente un oficial del estado mayor, había creído poder transformar con lápiz-tinta, mientras no le miraban, en Defensa de elefante, tachando para ello el epíteto Nacional, y reemplazándolo por el complemento determinativo de elefante, lo que hace suponer que este militar debió de servir en la infantería colonial.



Así, tenemos un ensayo extraño, insólito y bastante cómico. Yo disfruté mucho de su lectura, aunque reconozco que pocos pueden disfrutar el surrealismo y el absurdo.











Perversógrafo: ¿sexo vaginal, oral y anal, escatología?














El coño de Irene (deveras, allí viene)
Aragon, Louis
Traducción: Artal Rodríguez, Carmen
Febrero 1989
La Sonrisa Vertical SV 60
ISBN: 978-84-7223-363-8
224 pág.

3 comentarios:

  1. Jajajajajaaj!!

    ,}Muy bueno!! es justamente como suelo ver a las personas en la calle , jajajaj!!

    Gracias por develar mi vena surrealista jajaja!


    Saludos

    Pieladentro

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  2. ¡Dios! He topado con tu blog por casualidad y ya me has conquistado con sta entrada! La escena de la peluquería es increíble y la verdad es que ese mundo se asemja bastante a como veo a veces a los hombres, jajaja. Vamos, que estoy deseando hacerme con este libro ya! :D

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  3. Gracias Blondy. Sí, efectivamente es un libro magnífico. Si no lo consigues, aunque lo tengas que leer en línea en scribd o algo así, pero es "de cajón"

    Saludos

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